RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 11 de marzo de 2014

SAN EULOGIO DE CÓRDOBA: DOCTOR REFULGENTE


San Eulogio de Córdoba
SAN EULOGIO DE CÓRDOBA,
DE PERENNE MAGISTERIO


Por Manuel Fernández Espinosa

El sábado 11 de marzo del año 859, en Córdoba, era decapitado San Eulogio por órdenes del emir musulmán. El martirio de San Eulogio tiene lugar 353 años antes de la victoria de las Navas de Tolosa. ¿Por qué ocuparnos de él? Queremos ser historiadores útiles, según la definición de Giambattista Vico, esto es, de esos “que van hacia los mayores detalles y revelan la causa particular de cada acontecimiento”.

            La prominente figura de San Eulogio, su vida y su martirio, serán así el detalle que nos revele la causa particular de aquello –la Córdoba bajo dominio musulmán- que está muy lejos de ser lo que el pensamiento único infunde en la mentalidad de los desaprensivos españoles. El martirio de Eulogio de Córdoba lo convirtió en santo de la Iglesia católica, pero su figura sigue, por culpa de una prepotente ignorancia voluntaria, envuelta en una nebulosa. Este desconocimiento de la gesta de San Eulogio y de los mártires cordobeses -y de otras partes de la Cristiandad- dificulta la comprensión de su personalidad histórica y de la labor al frente de la comunidad cristiana mozárabe.

            En la sucinta historia de la filosofía española que preparó doña Ana Martínez Arancón, como anexo a la “Historia de la Filosofía” de Emile Bréhier, podemos leer: “San Eulogio (…) curiosa mezcla de fanatismo incitador al martirio y bibliófilo a la caza de códices valiosos”. Esta es la burda caracterización que de San Eulogio se nos hace, muy en consonancia con la línea que marcan todos los adictos a la fábula de las tres culturas, secuaces de Roger Garaudy. Éste último llega a decir de San Eulogio que las prédicas del sabio cordobés incitaron a los “mártires voluntarios” y que, por producirse una plaga de éstos que hizo tambalear el statu quo del poder musulmán en Córdoba hubo de reunirse un sínodo católico “…con el fin de tratar de borrar esta epidemia de suicidas y, tras condenar la teoría de Eulogio sobre el martirio, causante de la crisis, le entrega a las autoridades” (se entiende que autoridades musulmanas). Lo que procura silenciar el excomunista neomusulmán -Roger Garaudy- es que la jerarquía “católica” reunida en dicho sínodo estaba formada por toda una pléyade de jerarcas que, aunque católicos nominalmente, eran abiertos colaboracionistas del poder represivo musulmán.

            Como podemos ver, en los dos casos más arriba citados, la heroica resistencia de los católicos cordobeses (hispano-romanos, visigodos y mestizos árabe-hispanos bautizados) no sería otra cosa que el reprobable fruto de un brote fanático contra las “legítimas” autoridades de ocupación. De tal forma que los mártires de Córdoba vendrían a ser, en la historia, una especie de psicópatas fanatizados que si fueron ejecutados por los musulmanes era por habérselo buscado con su actitud provocativa. Y San Eulogio, como principal responsable intelectual de este movimiento de resistencia, es considerado como un “fanático” que, como tal fanático, tenía el don de fanatizar a sus seguidores.

            Llamamos “mozárabes” –en otras fuentes leemos: “mostaarab” ó “mixtiárabes”- a la población autóctona (hispano-romana y visigoda) que quedó sometida tras el año 711. Eran cristianos en territorio musulmán. Se trataba a todas luces de una mayoría, pero una mayoría oprimida que vivía en lo que había sido su tierra, aunque este territorio estuviera ahora dominabo y ocupado por una minoría musulmana con las armas de su parte. Los mozárabes eran, por lo tanto, una mayoría segregada que vivía a merced de la arbitrariedad del invasor ocupante que, en última instancia, tenía las armas y detentaba el poder en una península que no le había ofrecido apenas resistencia.

            Desde el 711 al año 859 la infiltración árabe y norteafricana había hecho grandes progresos en territorio hispánico. La mayoría mozárabe estaba siendo víctima de una aculturación por la que se adoptaba indumentaria, costumbres y hasta la lengua árabe de los invasores que gozaban de la supremacía del poder por las armas. Las tradiciones latinistas estaban cayendo en olvido, la cultura autóctona troquelada en los moldes de San Isidoro crujía haciendo crisis y fue entonces cuando, justamente en la capital cordobesa, se planteó en una minoría culta que atesoraba la tradición isidoriana, el frente de resistencia al arabismo extranjerizante hegemónico. Fue el abad Spera-in-Deo, maestro de San Eulogio y de Álvaro de Córdoba, quien mantuvo la llama encendida, inculcando en los discípulos -eclesiásticos y laicos- que seguían sus lecciones el sagrado fuego de la tradición latino-eclesiástica.

            Eulogio tuvo la posibilidad de viajar al norte de la península: estuvo en el monasterio de Leire, en San Pedro de Siresa (Aragón) y logró traerse algunas obras clásicas que en Córdoba habían desaparecido con la invasión mahometana. Entre estas obras estaba la “Eneida”, por ejemplo. En efecto, vemos que San Eulogio fue -como acierta a decir doña Ana Martínez Arancón: “un bibliófilo a la caza de códices valiosos”. Pero, ¿fue un fanático?

            El único documento árabe hispánico llegado a nosotros sobre un caso de martirio voluntario, especifica claramente que la pena capital le fue impuesta solamente por la negación de la divinidad de Allah y de la misión profética de Mahoma” –afirma Manuel Nieto Cumplido en su libro “Historia de Córdoba. Islam y Cristianismo”.

            En el “Indiculo Luminoso”, obra que se nos ha conservado de Álvaro de Córdoba, podemos comprobar que la atmósfera de tolerancia hacia los cristianos en Córdoba por parte musulmana sólo está en la fantasía de los que, intencionadamente o por ignorancia, propalan ese mito nefasto: “…cuando (los musulmanes) ven que los cuerpos de los difuntos (cristianos) son llevados por los sacerdotes del Señor para darles sepultura… ¿no es cierto que gritan: “¡Dios, no te compadezcas de ellos!”, y que apedreando a los sacerdotes del Señor, insultando con palabras ignominiosas al pueblo de Dios, arrojan estiércol inmundo…”. En esta obra de Álvaro queda constancia de que la provocación no procedía, en modo alguno, de los cristianos, sino de sus opresores. Lo que no podían comprender sus verdugos era la integridad con la que los cristianos se inmolaban.

            ¿Era San Eulogio el fanático que nos pintan sus detractores?

            Sus propias palabras que nos han llegado a través de los siglos pueden servirnos para hacernos una idea de lo que predicaba: “Tampoco hay que arrastrar a la fuerza al lugar de la lucha, a los que no se sienten movidos por Dios…”.

            Lo que sí está claro es que los cristianos sometidos por el Islam plantaron frente en Córdoba, resistiendo a los invasores que trataban de imponer su credo, por la fuerza y por la astucia, y resistieron de la única forma que les quedaba: ofreciendo sus vidas terrenas en el nombre de Cristo Señor Nuestro. Ellos, los hombres y mujeres (sacerdotes, religiosos y laicos) de Córdoba y otras partes de la Bética, formados por San Eulogio, fueron los primeros cruzados de Andalucía: 353 años antes de las Navas de Tolosa.

San Eulogio de Córdoba, ruega por nosotros.


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